La votación a la candidatura de Juan José Imbroda en el partido popular a las elecciones locales y autonómicas de 2019 en Melilla, me parece contraproducente por las siguientes razones:
En primer lugar, porque la ciudad de Melilla nunca ha estado tan mal como ahora en términos económicos y sociales. No cabe duda de que ha habido una muy mala gestión por parte de este señor. No se podría entender que para la solución a la crisis en la que estamos inmersos, se pretenda encomendar su remedio a uno de sus principales actores. A nadie en su sano juicio podría caberle una aberración así en la cabeza, aunque ya sabemos que el juicio sano y el raciocinio conjugan mal con la política en minúsculas.
En segundo lugar, Melilla nunca ha estado tan dividida como lo está ahora; en consecuencia, Melilla nunca ha estado tan débil como ahora. Imbroda es un líder que busca dividir la sociedad como único modo para su supervivencia política. La división que genera implica un miedo irracional en una buena parte del electorado, cuyo voto: el «voto del miedo» es la base de su fortaleza política aunque esta sea a costa de generar crispación, resquemor, desconfianza y, por tanto, incendiar la convivencia en la ciudad. Por ello, es un político incapaz de generar consensos y de aunar esfuerzos, que son ahora más necesarios que nunca para sacar adelante Melilla.
La gran obra de Juan José Imbroda es la diferenciación de los melillenses entre «buenos» y, por tanto, dignos de beneficiarse de sus decisiones, y «malos», especialmente los disidentes y críticos, a los que se intenta arrinconar con el mayor de los descaros, pero, eso sí, usando para ello dinero público de los melillenses.
En tercer lugar, porque Imbroda ha cometido, además, graves errores que no pueden ser gratuitos en la elección de sus colaboradores más cercanos. Llama la atención de que gran parte del equipo que inició su andadura cuando Imbroda obtuvo en el año 2000 -vía moción de censura – la presidencia de Melilla ha permanecido intocable durante este largo período. Por muy mal que lo hagan -que lo han hecho, lo siguen haciendo y lo volverían a hacer- son intocables. Llama aún más la atención el hecho de que hay algunos de ellos que están investigados judicialmente, y que Imbroda, en contra de los estatutos del propio PP, mantiene en sus cargos.
En el partido popular dicen: es que no hay resoluciones judiciales firmes. Curioso, cuando en la península no se exigen, por ejemplo con el anterior presidente de la región de Murcia, pero, claro, Melilla es diferente.
En cuarto lugar, porque es gracioso que los populares a nivel nacional y andaluz alzasen la voz contra el régimen clientelar y caciquil del PSOE en Andalucía cuando lo que venimos viviendo en Melilla es mucho más grave.
El voto por correo en Melilla constituye un escándalo de envergadura. Que miembros cualificados del PP fuesen en persona a entregar cientos de votos en maletines en la oficina de Correos de Melilla (ahora se dice que también en Málaga) en lugar de hacerlo personalmente los propios votantes implica lo que implica, independientemente de los procesos judiciales.
Por otra parte, recuerdo que algunos melillenses me contaban en privado que consideraban afiliarse al PP para intentar conseguir un trabajo, aunque fuese temporal, y aunque tuvieran luego que hacer la campaña.
Y todo lo anterior es más grave porque aquí apenas existen alternativas económicas y más dificilmente puede expresarse libremente el voto, como ha ocurrido con el de los andaluces, que se ha podido manifestar principalmente en las capitales de provincia, y que es lo que ha posibilitado que esa región haya conseguido tener una oportunidad de cambio, fuera ya del círculo vicioso del socialismo imperante durante cuarenta años.
En quinto lugar, porque la democracia debería significar renovación, cambio, igualdad de oportunidades entre los candidatos a regir los destinos de la ciudad y el gobierno de los mejores. En Melilla, desgraciadamente, no significa nada de lo anterior, ni de lejos. Después de tantos años y desde hace ya demasiado tiempo, la élite gobernante se ha apropiado de los recursos públicos que deberían ser de todos y los utilizan de modo particularísimo con el mayor descaro. No solo el presupuesto publico, sino también cualquier otro recurso material o patrimonial de la institución que debería ser de todos los melillenses y no de unos pocos, como es ahora.
Desgraciadamente, la supervivencia del PP en el gobierno de Melilla, en su configuración actual con Imbroda a la cabeza, no produciría otro resultado que la perpetuación de un régimen caciquil y corrompido, que avergüenza a muchos melillenses. El Imbrodismo se ha convertido en una especie de socialismo asimétrico inclinado a recolectar y mantener una masa de votantes a toda costa, teniendo como el fin último de su acción política la reelección del líder y su equipo, y no el bienestar de los ciudadanos.
En sexto lugar, porque si el PP hubiese gobernado Melilla buscando la mejora de la ciudad y el bienestar de los melillenses, la reelección sería el resultado obvio y justo, pero desgraciadamente no es así. Por supuesto, no todo lo realizado es malo -como tampoco lo fue en Andalucía por el PSOE- pero los medios empleados desvirtúan cualquier mérito.
Y es que, efectivamente, este señor nunca ha gobernado para que mejoren los objetos de sus gobiernos: ni la ciudad de Melilla ni el partido popular, sino pensando exclusivamente en sus propios intereses: la ciudad con la finalidad indisimulada de su reelección y nunca para su mejora, creando una tela de araña de intereses y de personajes intermedios que controlan, gracias al dinero público gestionado arbitrariamente –habría que preguntarse el porqué de la inexistencia de un interventor titular desde hace veinte años para fiscalizar a su gobierno- cualquier entidad, incluso las de carácter social o deportivo o las representativas de intereses corporativos; el partido, mediante la prevalencia y mantenimiento de un equipo humano con lealtad exclusiva hacia él y con unas características tales que difícilmente alguien externo se atrevería a apostar por su recambio con garantías por uno de ellos. Y llegamos aquí al gran dilema: ¿Cómo es posible que en una ciudad de 85.000 habitantes se pretenda que siga gobernándola quien la tiene hecha unos zorros?
En séptimo lugar, la edad del candidato. Sinceramente, creo que este hombre, su familia y, sobre todo, la ciudad, se merecen que pase a situación de retiro y disfrute de una larga y fructífera vida rodeado de la gente que le aprecie.
En octavo lugar, me llama la atención el hecho de que este señor lleve disfrutando de puestos políticos de primera fila en Melilla desde el año 1979 cuando, siendo un joven, se convirtió en el todopoderoso primer teniente de alcalde en el gobierno de UCD, que gozó de mayoría absoluta en el entonces Ayuntamiento. Posteriormente, tras una larga travesía del desierto que duró diecisiete años, durante los cuales se había situado como candidato de un partido minoritario -Unión del Pueblo Melillense- cuyo mejor resultado fueron tres escaños, logró escalar al senado y luego a la presidencia de la ciudad pactando a diestra y siniestra, tanto con CpM como con el PSOE y finalmente el PP, al que luego acabó devorando como un Alien.
En noveno lugar, me sorprende y me asombra la ausencia de líderes alternativos capaces de sustituir a Imbroda dentro del partido popular de Melilla. Con más de cuatro mil miembros -según presume el propio Imbroda- es sorprendente que en el PP no haya nadie capaz de reemplazarle, a pesar de los resultados -malos- que están a la vista. Habría que reflexionar por qué se produce esta situación, quién la ha diseñado y quienes se benefician de ella. Los partidos deben ser fábricas de líderes con visión, vocación y valores. En veinte años no ha surgido ninguno alternativo. Este hecho es difícilmente comprensible y da cuenta de las formas de hacer política que se han puesto en práctica. Considero indispensable que después de tanto tiempo haya un recambio, una posible renovación. No se debe estar tantos años gobernando. Un máximo de ocho años sería lo deseable. Me pregunto si no hay nadie en Melilla, aparte de él, para sacar adelante adecuadamente la ciudad, cuestión que, por cierto, no está consiguiendo ni por asomo.
En décimo lugar, porque la idea de la renovación del partido popular que encarna Pablo Casado – un hombre de menos de 40 años- choca con la persistencia en la designación del mismo candidato en Melilla, con el que la distancia no sólo es generacional, sino sobre la propia idea del PP. Para Imbroda, inicialmente el mejor presidente de la democracia española fue Adolfo Suárez, luego sostuvo que Aznar, después dijo que Rajoy, luego le habría tocado el turno a Soraya, por la que apostó de manera decidida y parcial -pero su apuesta se truncó en un inesperado resultado del congreso popular de julio de 2018- y ahora lo es Pablo Casado, pero como lo habría sido cualquiera que tuviese la oportunidad de presidir el PP, puesto que esta es la marca que posibilita que haya seguido siendo presidente de Melilla.
En resumen, votar al PP de Melilla significa estar dispuesto a taparse los ojos, los oídos y la boca ante lo que debería ser inasumible, que es la continuidad de la forma de gobierno que protagoniza.
No obstante, que cada uno vote en libertad. Así que, querido lector, vote usted a quien quiera, incluso al Sr. Imbroda si ese es su deseo, pero, por favor, hágalo sin miedo y con conocimiento de lo que implica, porque esto no se lo van a contar en los medios de comunicación de Melilla.
Usted debe saber que existen otras opciones políticas muy interesantes para estas elecciones a la Asamblea de Melilla que incluyen a personas muy capacitadas y que, por encima de todo, están limpias de corruptelas. Una vez elegidos, tendremos la obligación de vigilar a nuestros gobernantes para que no vuelvan a caer en los mismos errores que ahora criticamos.
Esta es una opinión libre de un ciudadano melillense. Tengo derecho a tenerla y a manifestarla. Lo único que pretendo con este artículo es contribuir humildemente a que, al menos, se ejercite el derecho al sufragio en libertad y con pleno conocimiento de causa, porque una vez emitido el voto, ya no cabe la rectificación hasta dentro de cuatro años y el estado en que se encuentra Melilla requiere de un cambio político inmediato y urgente.
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