“No juzgues cada día por las cosechas que recojas, sino por las semillas que plantas.” Robert Louis Stevenson.
Hace muchos años, un beduino cabalgaba en solitario por el desierto. Estaba desesperado: cansado, sin alimentos ni agua y con una sed atroz; perdido y a punto de desfallecer, cuando divisó en la distancia un oasis, en el que finalmente pudo calmar su sed bebiendo abundantemente y luego descansar, reponiendo sus fuerzas comiendo dátiles de las palmeras existentes.
Mientras descansaba, observó a un anciano que trabajaba ardua y penosamente en la arena, excavando, removiéndola y preparando la tierra. Se levantó, fue hacia él, y le preguntó qué estaba haciendo.
-El anciano respondió: <<Estoy plantando semillas para que florezcan palmeras.>>
-El beduino se rió y le dijo: <<Eres un ignorante. Estás trabajando en balde. ¡Tú nunca podrás ver crecer esas palmeras ni disfrutar de sus dátiles!>>
-El anciano se quedó pensativo, y finalmente le dijo:<< ¡Si todo el mundo pensara como tú, no podrías estar ahora comiéndote esos dátiles!>>
Los éxitos no suceden por casualidad. A algunos escasísimos afortunados les toca la lotería, pero no es lo normal. Lo normal es que el éxito vaya precedido por un duro trabajo previo: análisis, diagnóstico, visualización, planificación, programación, evaluación, presupuestación y, finalmente, ejecución y puesta en marcha.
A pesar de un buen análisis y preparación, y una ejecución y puesta en marcha muy satisfactoria, el riesgo está implícito en numerosas actividades humanas y el éxito no está asegurado porque, además de una buena planificación y ejecución, depende de otros factores, en buena parte incontrolables, que pueden dificultarlo, obstaculizarlo o impedirlo.
Pero, en cualquier caso, cuando llegan tiempos de crisis es mejor intentar nuevas opciones que quedarse paralizado y no hacer nada, no iniciar nada y permanecer igual.
Para que un cambio, una idea, una transformación, un sueño, puedan convertirse en un éxito un grupo consistente de personas debe ser convencido para cooperar lealmente en aras de un interés común, sea este una Patria, una ciudad, o una empresa, considerada esta en su más amplio sentido. La voluntad individual de una sola persona, por muy importante que sea, no basta para producir un cambio de envergadura y más cuanto mayor sea la población involucrada.
Viene esto a colación de la crisis económica sin precedentes que vive la ciudad de Melilla. Una crisis que está demostrando la ineptitud e inoperancia de los gestores políticos y no solo por su incapacidad para atajarla, idear nuevos caminos y liderar procesos que lleven a los consensos básicos -incluso con el gobierno central y este con el país vecino- para la transformación necesaria e indispensable, sino por su pertinaz negación de la misma y su obstuso intento de manipularla en su favor, mientras tratan descaradamente de aislar a los que se quejan legítimamente, y de presentar propuestas que, en muchas ocasiones, no superan la consideración de meras ocurrencias, alguna de ellas disparatada, planteadas solo para salir del paso y fingir preocupación y ocupación.
Desgraciadamente- por los tiempos que vivimos- la mayor parte de la actividad política está centrada exclusivamente en buscar la rentabilidad electoral de cualquier acción de gobierno, con la mirada puesta prioritariamente en las próximas elecciones. En definitiva: el único interés es permanecer y prevalecer, al coste que sea y como sea, aún a costa de malgastar un tiempo precioso e insustituible y unos ingentes recursos públicos que tiene Melilla.
Por contra, dada la situación que nos ha tocado vivir -muy complicada, sin duda alguna- necesitamos estadistas que siembren las semillas para la nueva Melilla que nos merecemos para el futuro.
En palabras de Otto Von Bismarck: “El político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación».
3 thoughts on “Ahora, más que nunca antes, necesitamos estadistas”