«Quien no conoce su historia está condenado a repetir sus errores». Paul Preston
Lunes, 25 de mayo de 2015, 07:30 h.
Me despierto después de haber pasado una mala noche. Digamos que no he conseguido dormir bien. La noche anterior había sentido el desencanto del esfuerzo baldío. Después de cuatro años luchando, de muchos sinsabores y, lo peor de todo, tras haberme vuelto a creer -porque ya era la segunda vez que me pasaba- las promesas de muchos ciudadanos que iban a votarnos porque estaban hartos del régimen caciquil y corrupto de la ciudad y del gobierno «casi perpetuo» que sufríamos en Melilla, y que todavía seguimos sufriendo más de cuatro años después.
Horas antes, cuando se conocieron los resultados electorales casi definitivos pasada la una de la madrugada, ya había decidido dimitir como diputado virtualmente electo, habida cuenta de un mal resultado electoral sin paliativos: de dos diputados obtenidos en las elecciones de 2011 pasábamos a uno, a pesar de que, tan solo una semana antes, las encuestas nos daban entre tres a cinco diputados.
En ese momento, intuía que había razones de todo tipo para el terrible desenlace pero, por un lado, sabía que el resultado ya era inamovible y no tenía ganas de intentar racionalizarlo para encontrar excusas por mi parte y disculpas para los demás; por otro lado, no estaba dispuesto a tirarme otros cuatro años de aventura política y de incertidumbre profesional para un resultado tan insuficiente, porque yo me había presentado para ganar, con un programa que consideraba era el mejor. Estar cuatro años más como los que acababa de pasar definitivamente no era mi sueño para la madurez. Otra cosa hubiera sido tener la posibilidad de seguir desempeñando mi trabajo habitual compatibilizándolo con las labores de concejal, pero en mi caso no era posible.
Mis compañeros no me dejaron dimitir esa noche. Me pidieron que me fuera a dormir y que al día siguiente lo vería de otra forma. Que había aspectos positivos en el resultado. Que iba a ser la «llave» para un gobierno de cambio. Un periodista intentó entrevistarme. Curiosamente, días antes, cuando me habría interesado de veras para comunicar a los ciudadanos nuestras propuestas, no les interesaba mucho hacerlo, a menos que entrara en el contingente de lo legalmente obligatorio. Ahora, ya consumado el resultado, interesaba mucho. No accedí, aunque me disculpé personalmente.
La decisión por la mañana era más firme aún que la noche anterior. Cuando decido algo, lo hago siempre con todas las consecuencias. Hasta el fondo. Igual que cuando decidí entrar en política. Algunos me decían que me estaba volviendo demasiado radical, pero bueno, así soy. Bien, quedaba por pasar el «trago amargo» de la dimisión, intentar hacerlo con la mayor elegancia posible, convencer a mis compañeros del partido de la irrevocabilidad de mi decisión y todo a la mayor brevedad. Cuanto menos pensara, mejor que mejor.
Así lo hice. Llegué a la sede. Fui uno de los primeros. Ojeé uno de los periódicos. El editorialista se había cebado con mi decisión de no hacer declaraciones horas antes. Curioso, porque muchas otras veces había hecho declaraciones importantes que ni siquiera habían sido recogidas. Me reí para mis adentros de la situación. Es lo que tenemos en Melilla, la «igualdad de oportunidades«. Comuniqué mi decisión a mis compañeros. Trataron de detenerme. Fue imposible. Se convocó a los medios a la mayor brevedad. Lo hice y abandoné el ejercicio activo de la política, aunque esta no se abandona nunca si no quieres abandonarla, como es mi caso, aunque sea al nivel de simple opinador. Como dijo el filósofo: «todos somos animales políticos».
Viernes, 3 de julio de 2015, 14:45 h.
Estamos en la terraza del «Rincón de Melba«: Benito; Pedro; Dionisio y Mari Carmen; Ángeles -mi mujer- y yo. Apenas tres horas antes, Imbroda acaba de ser reelegido presidente de Melilla con los votos del PP y el único de PPL: que había sido, hasta menos de dos días antes, el partido de todos los que estábamos allí a excepción de Dionisio y de Mari Carmen, su mujer, ambos del PSOE de toda la vida.
A pesar de que teníamos la intención declarada de «pasar» y disfrutar de nuestra mutua compañía, fue inevitable. Salió el tema y, naturalmente, el enfado fue generalizándose e incrementándose conforme, por un lado, íbamos conociendo los detalles de la votación de nuestra diputada; y, por otro, los efluvios del vino empezaban a surtir sus efectos.
Llegamos a sentir que se nos partía literalmente el alma y que se nos abrían las carnes, porque el esfuerzo que habíamos hecho acababa de ser tirado a la basura y pisado por una banda de «hunos», en mi caso en los anteriores cuatro años; y en el de Dionisio otros cuatro más, ambos como diputados y los restantes como miembros muy activos y comprometidos en la política local. Lo más indignante y vergonzante fue cuando escuchamos reproducidos los generosos aplausos que los asistentes -cargos públicos y asimilados del partido popular muy contentos por renovar y seguir– brindaron a nuestra Diputada -Paz Velázquez- en el momento de culminar su voto, primero a Imbroda, y luego a Cristina Rivas. Ni en nuestra peor pesadilla podíamos imaginarlo. En este tipo de política sucia tiene tanta culpa el que da un poco, para seguir recibiendo mucho; como el que da lo poco que tiene y, a partir de ese momento, entra a formar parte de la trama para recibir mucho también: “the network”, en la versión anglosajona.
La ignominia y la traición a nuestros votantes, que nos habían votado para sacar de la institución al Sr. Imbroda, había sido culminada. Nunca podía haber esperado, cuando decidí dimitir el 25 de mayo anterior, que esta sería la resolución del episodio. No hay nada en el mundo que pueda justificar ese cambio radical de postura política. También acababan de cargarse literalmente todo el prestigio ganado por cuatro años de duro trabajo de nuestro grupo político: Populares en Libertad.
PPL, a partir de ese momento sería recordado solamente por esa traición y nunca por todo lo bueno que se hizo durante la Asamblea 2011-2015, ni por todo lo que sacamos, ni por las numerosas propuestas que presentamos y que algunas se han convertido en realidad, ni por todas las denuncias que interpusimos en los Juzgados o cualquier otra Autoridad en defensa de los derechos y los dineros de los melillenses. Parece ahora que no hicimos nada, cuando realmente fue todo lo contrario: en toda la historia democrática de Melilla nunca –hasta ese momento- un grupo tan pequeño había hecho tanto en la lucha contra la corrupción, el clientelismo, enchufismo y nepotismo en la ciudad y en propuestas para renovar y modernizar la economía local y las instituciones. Nunca un grupo tan pequeño había logrado poner literalmente contra las cuerdas a un gobierno muy numeroso que disfrutaba de todo tipo de recursos, medios y asesoramiento. Definitivamente, nunca podrá llamarse fracaso a levantarse a luchar contra la infamia.
Curiosamente, habían dado la excusa, casi un mes y medio después, a todos los que no nos votaron a última hora y que, por inspiración divina, por supuesto, habían adivinado mucho antes lo que iba a suceder. La oportunidad para sustituir al gobierno Imbroda acababa de perderse de manera definitiva por cuatro años más. Me sentí triste y también culpable: tuve que reconocer que había adoptado una decisión precipitada sin asegurarme de que el camino de oposición que habíamos iniciado y nuestro compromiso público y repetido hasta la saciedad de no votar nunca a Imbroda tenía que ser irrevocable después de mi dimisión. Las razones para quitarle del gobierno eran muy sólidas, y siguen siéndolas en junio de 2019, porque ha seguido haciendo lo mismo.
Conocíamos el sentido del voto para la sesión plenaria desde dos días antes, cuando en un órgano colegiado del partido se sometió el «pacto» con el partido popular a votación. Un texto del pacto que era una versión reducida, matizada y corregida en algunos puntos de nuestro programa anti-corrupción y que, por cierto, luego no ha sido cumplido y ni siquiera se han molestado en disimularlo. Los de PPL que estábamos comiendo, exceptuando a mi mujer, que no formaba parte del mismo, habíamos votado en contra, junto a nuestra compañera Rosa Cuevas. No recuerdo ahora si hubo alguien más. Creo que sí, y espero que me disculpe por no acordarme. Después nos fuimos dando de baja paulatinamente del partido. En mi caso, lo hice al día siguiente. Otros miembros de PPL, principalmente los que habían llegado en los meses previos a las elecciones, se quedaron y, de una forma u otra, el «Pacto» les fue beneficiando uno a uno a muchos de ellos, aunque no a todos.
Sábado, 15 de junio de 2019.
El «salón dorado» del Palacio de la Asamblea de Melilla está preparado. Lo han vestido de gala, como para las grandes ocasiones. Asiste numeroso público, encabezado por la Delegada del Gobierno en Melilla, el Comandante General, Diputado en el Congreso y Senadora, ambos del partido popular. El otro senador por Melilla es el propio Sr. Imbroda, pluriempleado para esta sesión. Además, se distingue a políticos en ejercicio, cargos públicos diversos de la administración autonómica y central, personal de los medios de comunicación, familiares de los nuevos diputados y algunos representantes de los diferentes partidos políticos.
Tras la introducción de un «speaker» al efecto y una intervención aclaratoria del Secretario General de la Asamblea, se forma la mesa de edad, que está presidida por el diputado de mayor edad, en este caso el Excmo. Sr. Presidente en funciones, D. Juan José Imbroda Ortiz, asistido por el de menor edad.
Por parte del Secretario General se va llamando a cada uno de los Diputados electos que ante la mesa juran o prometen desempeñar fielmente el cargo con arreglo a la Constitución y las Leyes, así como cumplirlas y hacerlas cumplir.
Una vez culminado el acceso al cargo de los veinticinco diputados locales, se procede al segundo punto del orden del día, que es la votación para la designación de Presidente – Alcalde de la ciudad de Melilla. Uno de los candidatos es el Sr. Imbroda cuyo grupo político del partido popular es el mayoritario, con diez diputados locales. Se presenta otro candidato más, por parte de varios partidos.
El resultado de la votación no es que sea sorprendente, ni diferente, ni ilegítimo ni anti-democrático, sino que es, simplemente, el que trece diputados locales, con total responsabilidad, en pleno ejercicio de sus funciones legalmente establecidas y respetando el orden constitucional y legal han decidido que es el mejor para Melilla y los melillenses, al día de la fecha, para liderar un gobierno al que se le va a encomendar una misión muy difícil: superar los nocivos efectos de la grave crisis económica y social que sufre Melilla desde hace ya demasiados años; recomponer la armonía vecinal, el tejido social y la relación entre los ciudadanos y la institución que debería ser de todos, prácticamente destrozados.
Lo de menos es el nombre, aunque intenten adivinar quién va a ser. Se admiten apuestas. Lo ideal sería que no perdiésemos otros cuatro años irrepetibles, principalmente porque uno después puede arrepentirse. Lo sé por experiencia.
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