A la vista de la imponente flota española y francesa en el cabo de Trafalgar y previamente al inicio de la batalla, el Almirante Nelson ordenó que se transmitiera a todos los componentes de la flota británica, mediante el lenguaje de las banderas, la siguiente frase: «Inglaterra espera que cada uno cumpla con su deber». Tuvieron que cumplirlo, puesto que derrotaron a una flota superior en potencia y medios. A consecuencia de la misma, España perdió su poderío naval, que aún era el segundo del mundo y capaz de mantener a raya a los ingleses en las rutas americanas.
Tres años más tarde, en Madrid, algunos ciudadanos se levantaron súbitamente contra el ejército francés cuando descubrieron que pretendía trasladar al último de los Infantes que permanecía en el Palacio Real. Las primeras órdenes del Gobierno español fueron que los soldados españoles reprendiesen a su propio pueblo. Algunos militares de baja graduación se negaron a la ignominia y se levantaron en armas contra el opresor francés. La llama de la sublevación se extendió rápidamente por todos los rincones de España, a la que se unieron aproximadamente la mitad de la nobleza y unos pocos burgueses, mientras que el resto de los aristócratas y la práctica totalidad de la alta burguesía permanecieron indignamente en el lado francés en defensa de sus privilegios e intereses.
Los reyes, traicionando la sangre española generosamente derramada por ellos, abdicaron a favor de Napoleón pocos días más tarde. La totalidad del ejército y la mayoría del pueblo se levantaron en armas contra los franceses en defensa de los derechos del Rey, que premiaría tales sacrificios felicitando cortésmente al emperador cada vez que los franceses derrotaban a los españoles, una vez tras otra exceptuando algunas pocas victorias, causando cientos de miles de muertos.
Unos años después, los invasores franceses fueron expulsados y el Rey Fernando VII ocupó el trono. Pronto demostró su felonía derogando las formas de auto-gobierno que los españoles se habían dado para organizarse en su ausencia y cuyo ejemplo más paradigmático fue la ejecución, años después, de «El empecinado», unos de los héroes más significativos de la guerra de independencia.
No cabe duda de que el pueblo español, con las excepciones comentadas, estuvo a la altura necesaria para lograr la proeza. Ni la Corona ni parte de la aristocracia ni la alta burguesía, lo estuvieron. Prefirieron defender sus intereses particulares ante la situación de emergencia nacional que vivía España.
Hoy en día, España se encuentra de nuevo frente a otra situación de emergencia nacional. En esta ocasión el enemigo lo tenemos dentro, en el interior de nuestras instituciones. Curiosamente nosotros somos los responsables, porque viene de la forma en que se desenvuelven personas a las que hemos puesto ahí nosotros mismos con nuestros votos. Se trata de la corrupción, que mina nuestro presente y nuestro futuro, y que amenaza con llevarse por delante la misma existencia de una de las más antiguas naciones del planeta.
En estos momentos necesitamos que cada español cumpla con su deber. Que los autoridades corten por lo sano cualquier atisbo de práctica fraudulenta. Que los interventores intervengan. Que los Jueces juzguen, y que no se dediquen a salvar sus responsabilidades haciendo lo mínimo indispensable y «pasarle la patata caliente a otro». Que los Fiscales ejerzan como tales en su Ministerio Público y no actúen como lacayos del gobierno de turno. Que la Policía y Guardia Civil estén a la altura de las circunstancias y se dediquen a perseguir a los criminales en lugar de guardarle las espaldas a los corruptos. Que todos ellos pongan por delante el ejercicio íntegro de sus funciones en lugar de sus intereses personales. Que la oposición ejerza como tal, y estreche el cerco a los gobiernos de turno sobre los fraudes potenciales. Que los políticos, en lugar de defender a sus correligionarios corruptos, sean los primeros que les denuncien y expulsen de sus organizaciones o de los gobiernos. Que los funcionarios se nieguen a cumplir órdenes que no deban ser cumplidas porque van en contra de la Ley. Que los medios de comunicación cuenten lo que está pasando en vez de callar muchas cosas como compensación a las contra-prestaciones que reciben. Que los empresarios no acepten y denuncien cualquier intento de fraude. Que los ciudadanos sean conscientes de su poder para poner y quitar a sus gobernantes. En definitiva, España necesita que cada uno de nosotros cumplamos con nuestro deber.
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