(Reedición del capítulo V de «Mis experiencias con Bohórquez»)
Fue entonces, más o menos a mediados del mandato 1987-1991, cuando se produjo un hecho menor que, sin embargo, volvió a cambiar todo el escenario político-mediático. El Centro Asistencial de Melilla, la popular “Gota de leche”, había cambiado recientemente su cúpula directiva, incorporándose mi, por otra parte, querido amigo D. Miguel Fernández Bartolomé como gerente de la entidad, la cual, como es sabido, viene prestando servicios asistenciales, desde hace ya casi 90 años, a las personas más desfavorecidas de nuestra sociedad, principalmente a niños y ancianos. El Centro Asistencial es una entidad privada, una Fundación, que cuenta con un Patronato Rector que es presidido por el correspondiente Alcalde (o ahora Presidente) de la ciudad de Melilla, y en el que participan, además, un grupo de personas relacionadas con el ámbito de actuación de la entidad. Para acometer sus fines, obtiene principalmente sus ingresos de la producción de la Lotería de la “Rifa de la Caridad”, mediante una concesión especial que detenta al efecto. Asimismo, la Ciudad le transfiere otra parte menor de su presupuesto, que era ínfima en términos relativos en los años ochenta y que, poco a poco, ha ido creciendo aunque sin llegar a convertirse en la principal fuente de ingresos de la entidad. Los boletos para la organización de la lotería tradicionalmente eran impresos en la propia ciudad de Melilla, en la imprenta “La Hispana”, que era propiedad de Editora Melillense. Pues bien, dentro de las mejoras de gestión implementadas por el nuevo gerente, se encontraba modernizar la principal fuente de ingresos del Centro Asistencial, cuya recaudación en la ciudad estaba siendo sobrepasada por su competencia, en concreto por la ONCE. Y, a tal efecto, diseñó un conjunto de medidas, entre las que destacaba hacer un cupón más atractivo, el aumento de los premios y un aumento de la publicidad en la radio local gracias a la colaboración desinteresada de algunos famosos que se prestaron a ello, como Carlos Herrera o Julia Otero. El objetivo era aumentar la producción, de forma que, a su vez, aumentaran los ingresos de la rifa y todo ello para conseguir, finalmente, un aumento en los servicios que el Centro ofrecía a las personas más desfavorecidas de Melilla, y hacerlo, además, sin coste adicional alguno para el Ayuntamiento, que somos todos, o, mejor dicho, que deberíamos ser todos. De acuerdo con el estado tecnológico de la imprenta en Melilla, el cupón que hacía La Hispana era de baja calidad, poco atractivo e impropio para competir con el citado de la ONCE, que ya incorporaba las más atractivas posibilidades de impresión. Por ello, pidieron ofertas a otras imprentas que estaban radicadas en la península, pero que contaban con unas muy superiores posibilidades tecnológicas. Además, estas imprentas ofrecían un coste unitario por cupón impreso muy inferior al precio ofertado por la imprenta La Hispana. En tales condiciones, y como es natural, de acuerdo con los fines de la entidad y los objetivos a cubrir, el Patronato del Centro aprobó la propuesta del gerente, y la adjudicación pasó a manos de la nueva empresa citada.
Bohórquez montó en cólera, y acudió inmediatamente a pedir explicaciones a Gonzalo Hernández. Mientras tanto, sus correveidiles del PSOE cercanos le auguraban que siguiera argumentando sobre el localismo de la empresa, los puestos de trabajo y demás, y que, al final, recuperaría la contrata. A tal efecto, empezó su campaña de insultos y potenciales difamaciones, aunque de forma inicial solamente contra el gerente, no fuera que pudiera molestar a alguien por encima de este a quien no deseaba perturbar, al objeto de que fuera desautorizado. Pero lo que no contaba es que se encontró con un señor que se vestía por los pies, D. Gonzalo Hernández Martínez, que no sólo se negó a amonestar o desautorizar al gerente, sino que lo apoyó totalmente y, es más, hizo completamente suya la decisión, compartiendo plenamente los motivos y las consecuencias.
Considero que el personaje estaba muy poco acostumbrado a reacciones como estas, y al principio lo intentó solucionar con la mediación de su entonces “amiguísimo del alma” Delegado del Gobierno. Pero, nada, no había manera. El melillense proveniente de Toledo Gonzalo Hernández seguía en sus trece. Por ello, acudió a visitarle al Ayuntamiento, y tras una agria discusión en la que el Alcalde se mantuvo en su posición, y siguió defendiendo a su subordinado por activa y por pasiva, al salir por la puerta de la Alcaldía dicen que dijo más o menos lo siguiente: ”con esta pluma yo pongo y quito Alcaldes…¡así que ya verás lo que haces!”
A partir de ahí, la ira del editor fue terrible. Durante aproximadamente un año y medio, y hasta que se celebraron las elecciones de 1991, día sí y otro también estuvo martilleando al Alcalde, acusándole de multitud de cuestiones, y dedicándole los más efusivos piropos, entre los que el más dulce era el de “fascista”. Al principio, la estrategia consistió en realzar las maldades del Alcalde y resaltar las bondades de su oponente socialista, Manuel Céspedes, ya que conocía, como he dicho porque era público y notorio, las tormentosas relaciones entre ambos detentadores de cargos públicos. Pero, como es lógico, poco a poco los socialistas cerraron filas gracias a su conocida “disciplina de partido” y el Delegado no tuvo más remedio que finalizar su relación personal con Bohórquez, supongo que tras mediar y tratar de encauzar las aguas revueltas. Pero no fue posible, y, al final, cada uno tiró para su lado: el Delegado para su partido; y el editor continuó por el único lado que le guía y entiende: sus intereses económicos. También entonces, la ira del editor fue terrible. Céspedes pasó de amigo a enemigo en un santiamén, y ya no habría a partir de ese momento un único fascista en la portada y en la página tres del periódico, sino que ahora eran dos; y paulatinamente el amor despechado hacia el Delegado, que no había sido nada interesado como es natural en el editor, se transformó en un odio tan y tan profundo, que la campaña de desprestigio duró años y años, precisamente hasta que José María Aznar, con su amarga victoria de marzo de 1996, llevó a los populares al Gobierno de España y, por tanto, un mes y medio después tuvo que salir Manuel Céspedes como Delegado del Gobierno en Melilla, momento en el que también le dedicó un mezquino editorial lleno de rencor. Pero no adelantemos acontecimientos.
Esta época la viví trabajando en el Ayuntamiento, en un sitio privilegiado, como es la Intervención y la Contabilidad, porque, al final, toda la política municipal se transforma en gastos y pagos que hay que realizar, y la Intervención municipal es como el sistema de alcantarillado: por ahí sale, ya que tiene que salir por algún sitio, todo lo bueno y todo lo malo que se hace en la casa, en definitiva: tanto la porquería como las aguas limpias. Debo decir, por si a alguno le interesa, que ni me caía bien al principio D. Gonzalo Hernández ni siquiera le votaba, ni lo hacía entonces ni lo hice después, porque tengo mis ideas que las separo de mis conveniencias personales, aunque, no obstante lo anterior, para mí son más importantes las personas que sus adscripciones políticas.
Era Gonzalo Hernández Martínez una persona áspera en el trato, de un humor peculiar que yo no lograba entender y que desconfiaba de todos de los que pensaba que no éramos de su cuerda, pero era un hombre que considero recto, al que llegué a apreciar por sus valores precisamente cuando ya no era Alcalde. Y digo que fue recto porque a mí me lo demostró, ya que una vez, por pura casualidad, descubrí un asunto potencialmente sucio que afectaba a alguno de sus concejales, y me apoyó en todo momento, y no sólo eso, sino que me probó su voluntad de llegar hasta el final y que cayera quien tuviera que caer. Pero fue un hombre al que lograron desprestigiar y casi llevarse por delante. Estuvieron a punto de hacerle perder hasta su empleo público como maestro por haberse llevado una página de un informe con finalidad electoral. Un error, sin duda, por el que pagó muy caro. Llegaron hasta a falsificar fotos de una casa de protección oficial que tenía en Toledo para extender la percepción pública de que estaba poniéndose hasta las botas con el dinero de los melillenses.
Debo decir que para nosotros, los funcionarios, esa época fue también muy dura, ya que el editor emprendió una campaña persistente y tenaz para convulsionar diariamente la ciudad y, por consiguiente, desprestigiar a Gonzalo Hernández. La mayoría de los titulares que salían implicaban inexactas acusaciones políticas, y digo inexactas porque nosotros, en la Intervención, teníamos muchos de los datos y sabíamos de lo que se estaba hablando. Así que nos pasábamos el día teniendo que buscar papeles que nos requerían desde arriba y, al mismo tiempo, desarrollando las tareas habituales, que ya eran demasiadas de por sí, precisamente en una época en la que estábamos implantando la informatización de la contabilidad, la recaudación, la gestión del personal y el presupuesto municipal mientras que, en paralelo, continuábamos con los anticuados sistemas manuales “de toda la vida”. Cuando los políticos salían a defenderse no servía para nada, ya que otro “escándalo” había saltado a la palestra al día siguiente, y así sucesivamente. Una estrategia de convulsión de la ciudad a costa de desprestigiar las instituciones y llevar a los ciudadanos a un sin vivir cada vez que hojeaban el periódico. Sinceramente, supongo que sería todo un calvario para el entonces Alcalde, que se prolongó para él hasta bien entrada la década de los noventa, cuando su mujer, una mujer muy inteligente, como muchas de las mujeres de cualquiera, logró llevárselo de Melilla para encontrar la paz y la felicidad a las que, se supone, deberíamos tener derecho las personas libres. Bueno, no todas, aquí, en Melilla, hay quien decide quién tiene ese derecho y quién no. Lo malo es que lo hace con el silencio cómplice de muchos y la participación indirecta de algunos otros, a los que debería darles vergüenza hacer lo que hacen por acción u omisión, si es que la tienen o la han tenido alguna vez.
Creo que nos equivocamos en Melilla con estos odios africanos. Gonzalo Hernández prestó unos grandes servicios a Melilla, y debería gozar del respeto y la consideración de los melillenses, incluso de los que nunca le llegamos a votar porque tenemos otras ideas. ¿Que no nos gusta? Pues no le votamos, y punto, pero no debería pasar de ahí. Una cosa es discrepar, otra es tratar de hundir a alguien en la miseria. Más en concreto: en España nos hacen falta más oponentes dignos y menos enemigos irreconciliables.
En el Ayuntamiento de entonces, la cara la ponía Gonzalo Hernández, pero el cerebro lo aportaba D. Román Dobaños Mourín como primer teniente de Alcalde y Concejal de Hacienda, con el que tuve una más estrecha relación. Prestó también Dobaños unos grandes servicios a la ciudad, y no se merece el ostracismo al que todos le han condenado en la actualidad, y que deriva del frustrado intento de alcanzar la Alcaldía en 1999 pactando con el GIL y CpM, aunque probablemente mal asesorado por un compañero suyo socialista que no tuvo luego que pagar ningún plato roto y que poco después se pasó a CpM, obteniendo un importante cargo en el gobierno de la ciudad. Pero ya llegará esa historia.
El hostigamiento sobre el PSOE llevó a la cúpula socialista a dirigir todas las miradas hacia Ayu Lalchandani, en su calidad de Presidente del Consejo de Administración de Editora Melillense, solicitándole que diera un golpe de timón en la sociedad y destituyera a Bohórquez, según ellos debido al sectarismo y agresividad a la que este había llevado al periódico. Pero cuando empezaron con este asunto era tal vez demasiado tarde.
La sociedad Prensa de Melilla, SA, tenía un capital social a finales de 1984 de 7,5 millones de pesetas, en el que Bohórquez participaba con un 94,67%. Esta sociedad, en teoría ociosa, debería haber tenido dos únicos activos: uno de ellos era su participación en el capital social de Editora Melillense, SA en un importe de 5 millones de pesetas de valor nominal; y el otro debería haber sido la existencia de disponibilidades líquidas ociosas por la diferencia de 2,5 millones de pesetas hasta completar el capital social (o una cantidad un poco menor, una vez descontados los gastos de constitución y establecimiento). Pues esta empresa, teóricamente sin actividad mercantil, aumentó sorpresivamente su capital en dos ocasiones consecutivas a finales de 1986, pasando primero de 7,5 a 10 millones de pesetas, y luego a 10,5 millones de pesetas, participando, por tanto, Bohórquez, al final del período considerado, en un 86,7% del capital social, y otro señor, que llegaría a ser jefe de prensa del Ayuntamiento en 1991, en un 9,5%.
Las preguntas que me hago, porque no conozco la respuestas exactas, son las siguientes: ¿A qué se dedicaba Prensa de Melilla, SA que, en teoría, tenía ocioso más del 50% de su capital social?, ¿Para qué siguió aumentando esta sociedad su capital social si, en teoría, no tenía actividad?, ¿Por qué el aumento del capital social fue hasta 10,5 millones, precisamente una cifra ligeramente superior al capital social de Editora Melillense, que era, también en teoría, la sociedad principal del grupo?, ¿Conocía el Sr. Lalchandani estos tejemanejes?, ¿Presentaba Bohórquez, como Consejero Delegado de Edimesa, las cuentas anuales, primero al Consejo de Administración, y luego a la Junta General, para su aprobación, puesto que estas funciones eran indelegables y tenía que hacerlas en cada ejercicio económico anual?, ¿Permitió el Sr. Lalchandani que no fueran presentadas, en las fechas previstas en la Ley, las cuentas anuales de la sociedad de la que era el mayor accionista y Presidente del Consejo de Administración?, ¿Podía el Sr. Bohórquez, como Consejero-Delegado de ambas sociedades, fijar los precios y condiciones de venta de activos desde Editora Melillense a Prensa de Melilla, y a la inversa?, ¿Utilizó el Sr. Bohórquez sus muy amplios poderes como Consejero Delegado de Edimesa para ir vendiendo los activos de esta última sociedad a Prensa de Melilla, SA, fijando él mismo el precio y condiciones para ambas sociedades, dado su doble papel de Consejero Delegado en ambas (en la segunda a partir de 1989)?, ¿Cómo pasaron entonces, de forma súbita, y de un día para otro, de acuerdo con los créditos del mismo periódico, los activos principales de Editora Melillense a Prensa de Melilla, como, por ejemplo, la cabecera “Melilla-Hoy”?
Lo que es cierto es que el intento de los socialistas de meterse a tiburones financieros fue un auténtico fracaso, y, sin duda, fue planificado por aficionados y ejecutado de manera muy torpe. Para empezar, era un secreto a voces, y entre los que lo sabían había alguno que pasaba información a la otra parte, hecho que le permitía a esta poder planificar a la contra, y esta vez en solitario. Para colmo no se les ocurrió otra cosa para convocar una reunión de Editora Melillense, SA que hacerlo a través del Boletín Oficial de la ciudad. Aunque puedo comprender las razones: ¡Toma castaña! Además, esta época coincidió con el inicio de la trágica enfermedad degenerativa que sufrió el Sr. Lalchandani, así como el declive de sus negocios derivada de la caída en el comercio de Bazar y la disminución de la competitividad de sus marcas, principalmente japonesas, con respecto a las de la Comunidad Económica Europea, que le llevó a soportar una amenaza de embargo sobre todas sus propiedades a consecuencia de un crédito impagado en la sucursal de un Banco de la localidad. Por todo lo anterior, no es demasiado aventurado suponer que el interés y la concentración del Sr. Lalchandani, viviendo lo que estaba viviendo, no podía estar en una sociedad en la que tenía invertido, en términos nominales, solamente la cantidad de 4.950.000 pesetas.
Pero la cuestión es que Bohórquez venció en este lance, porque cuando quiso reaccionar el Sr. Lalchandani ya era demasiado tarde y el primero lo tenía todo atado y bien atado. Más tarde, de una manera u otra, Lalchandani se desprendería de sus acciones de Editora Melillense, que volvió a ampliar su capital en un 50%, el cual pasó a pertenecer íntegramente a Prensa de Melilla, si bien, en la actualidad, y desde hace muchos años, Editora Melillense se encuentra inactiva. Como colofón diría que la política y los negocios no son buenos compañeros de cama, y que Bohórquez venció, sin duda, pero no convenció.
Los socialistas emprendieron otras acciones para contrarrestar la capacidad de influencia del medio, y, de esta manera, consiguieron que Radio Nacional de España estableciera una sucursal permanente en Melilla, gracias a un convenio por el que el Ayuntamiento le facilitaba una sede y aportaba una cantidad anual para cubrir parcialmente sus gastos de funcionamiento.
En Octubre de 1989, se celebraron en Melilla unas nuevas elecciones generales, que habían sido adelantadas un año por el entonces Presidente del Gobierno, Felipe González. Para el Congreso de los Diputados los candidatos principales en Melilla eran el socialista Julio Bassets y el popular Jorge Hernández Mollar. El resultado fue una victoria socialista muy ajustada en el Congreso, y un reparto de escaños en el Senado, ya que Carlos Benet había conseguido mantener su escaño. Sin embargo, una reclamación electoral del PP habida cuenta de algunas irregularidades detectadas por sus interventores en algunos Colegios Electorales, llevó a que los Tribunales resolvieran que las elecciones tuvieran que repetirse, esta vez en Marzo de 1990. Para el PP nacional era una elección crucial, ya que el PSOE obtendría una mayoría absoluta exacta si lograba el escaño en juego; y era la manera de empezar a cambiar el ciclo político en España si lo imposibilitaban. Todas las miradas del país se centraron en Melilla, y ambos partidos nacionales echaron el resto en la campaña. El editor del Melilla-Hoy, por una mera cuestión de supervivencia, se puso claramente a favor de los populares e hizo, por vez primera, una campaña más desinteresada de lo que en él era habitual, totalmente en contra de los socialistas, en especial contra su odiado Bassets, y a favor de los populares, a los que veía como su tabla de salvación en el caso en que lograran hacerse con el poder.
El resultado fue que los populares obtuvieron, mediante una amplia mayoría, los tres escaños en juego, y el éxito fue total y absoluto. Los populares, pletóricos por la victoria, superaron sus escrúpulos sobre el personaje y empezaron una colaboración con el editor, con el objetivo inmediato de lograr la Alcaldía en las elecciones de 1991. Existía una comunión de intereses entre ambas partes para expulsar a los socialistas del poder en el Ayuntamiento, aunque el objetivo del editor no era político, sino económico, así como vengarse de los que habían osado importunarle.
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